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Primer Parque Nacional Marino Costero
a costa atlántica de Chubut va más allá de Madryn, Valdés y Punta Tombo. Una exploración más profunda incluye, por ejemplo, Camarones, Dos Bahías y Bahía Bustamante. Más rústico y con menos servicios, pero con un intenso gusto a mar. Escasos turistas y gran cantidad de fauna.
El tramo sur es parte de los nuevos dominios del PIMCPA (Parque Interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral), creado en 2009. La sección norte, un sector olvidado de la ruta 1 que quedó a la buena de Dios cuando se concretó el trazado de la ruta 3. Ambas integran los tres millones de hectáreas de la Reserva de Biosfera Patagonia Azul, incorporada por la Unesco en 2015.

El logotipo del PIMCPA tiene el faro Isla Leones y el pato vapor como emblemas. No son casuales. Ambos son símbolos cuidadosamente elegidos. El pato vapor, por ser endémico de la región. Y el faro, por su posición (a 1,5 km de la costa), y la particular forma redonda de la casa que lo rodea. Fue erigido en 1917 y funcionó hasta 1968, cuando fue reemplazado por el faro San Gregorio, en el continente, justo enfrente.

Camarones se jacta de ser la Capital del Salmón, y celebra cada febrero (o marzo) su Fiesta Nacional desde 1981. Si bien la pesca es parte de la idiosincrasia de esta pequeña localidad de 2.000 habitantes y tiene un carácter social atractivo -como son los shows y la elección de la Reina del Salmón y Miss Salmoncito-, la competencia deportiva y el tradicional Chupín del Pescador de la clausura han comenzado a encontrar cierto antagonismo con el perfil más reciente y ecológico del pueblo. Como cabecera del PIMCPA, y con un porvenir promisorio en el turismo sustentable, ese tipo de eventos no son los mejor vistos.

Dos Bahías es, en rigor, la única área de visita pública del PIMPCA. En un parque joven y con escasos visitantes, la pingüinera a 30 km de Camarones acuña ya cierta tradición turística. Son 160 hectáreas junto al mar y una pasarela metálica que avanza entre los nidos de los pingüinos magallánicos, en la segunda colonia de la provincia. Si se la compara con Punta Tombo, la primera, la población es bastante menor, pero también la cantidad de público.

Cabo Raso está a sólo 76 km de Camarones, y también fue fundado hacia 1900, pero ambos destinos no pudieron ser más diferentes. En 1909, Cabo Raso logró hacerse de su escuela, a la que siguieron una estafeta postal y un caserío para 50 habitantes, que pronto llegaron a ser más de 200. Hubo también un almacén, La Castellana, y hasta un pequeño hotel. Pero a medida que Camarones se afirmó como puerto, y la RN 3 ganó protagonismo, el éxodo fue inevitable. La última pobladora, Mercedes Finat, quedó sola y enferma, hasta que murió en 1987.

Cabo Raso estaba absolutamente abandonado cuando Eliane Fernández Peña y Eduardo González llegaron en 2006. Se pasaron años juntando vidrios, escombros y basura. Poco a poco, fueron reacondicionando edificios y decorándolos en un estilo rústico chic que es ideal para quienes valoran eso que tienen para ofrecer: una cama y un plato de comida caliente en un escenario natural único.

La propuesta es desconectarse por completo del mundanal ruido y entrar en sintonía con el mar, el viento, la soledad.

La Antonieta. Unos 60 km más al norte de Cabo Raso, la estancia de Guido Pepa Morelli es otra parada imperdible para los amantes de la fauna marina. En este caso, elefantes. El apostadero que comenzó con una pareja en 2009 cuenta ya con más de 200 ejemplares, y la propuesta de observarlos en exclusivo, sentados en la playa a escasos metros de ellos, es lo más parecido a ver un documental de la tele, pero en vivo. Estos mastodontes, famosos por su torpeza en tierra -al igual que lobos y pingüinos-, retozan en esos 12 km de costa como si fuera un spa, y lo comparten sin ningún rastro de estrés.

Bahía Bustamante
Final de viaje, final del PIMCPA. Las 44.000 hectáreas de esta estancia son un broche de oro para esta panzada de fauna marina. Al igual que Camarones o Cabo Raso, Bustamante también fue un pueblo. Sólo que desarrollado por un único pionero, Lorenzo Soriano, abuelo de Matías, actual propietario.

Lorenzo llegó desde Baeza (Jaén, España) en 1917. Creó el fijador para cabello Malvik y varios años más tarde, en 1953 (cuando ya tenía 52 años), viajó a Chubut en busca de un nuevo gelificante. Así descubrió que el negocio de las algas era mejor que el de la gomina y se quedó para siempre. Fundó una localidad en donde llegaron a vivir 600 personas. Mandó a construir una línea de viviendas frente al mar para los gerentes, y otra para los empleados casados, con vista a la estepa. En el medio, las más rudimentarias y pequeñas son las habitaciones para solteros, que hoy son utilizadas como depósitos.

n 2005, Matías decidió reconvertir el pueblo alguero de su abuelo en un emprendimiento turístico sustentable. Su mujer, Astrid Perkins, montó una huerta biodinámica que abastece la cocina y él mismo conduce las navegaciones por su "patio trasero": el archipiélago Vernacci y sus 12 islas, donde anida el ave emblema del parque: el pato vapor.

Tienen un bosque petrificado, una escultura de Christian Liberté Boltanski frente al esqueleto de una ballena y una nueva sidra hecha de membrillos -del membrillar con más de 50 años de antigüedad- que servirá como aperitivo este verano. Lo ofrecerán en la terraza ampliada del restaurante, donde sembraron 2.000 plantas de Pinot Noir y Semillón en octubre de 2018. La idea es hacer el vino más austral de la Argentina. Para eso, buscaron los mejores socios: Matías Michelini de la bodega mendocina SuperUco y el bartender Tato Giovannoni. Planean sembrar 2.000 plantas más en 2021. El destino no está escrito para los Soriano. Así como don Lorenzo vio el futuro en la orilla bañada de algas hace 70 años, Matías lo vislumbra ahora entre viñedos. Su abuelo, seguramente, aprobaría el desafío.
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