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Aluminé «
Leyenda del Aluminé
Se cuenta que Nguenchén (Dios de los Mapuches) decidió un día que Antú (el sol) y Cuyén (la luna), dulce tierna doncella fuesen marido y mujer y en su nombre reinen sobre la tierra.
Así se los veía siempre juntos marchar por el espacio, hasta que pasado un tiempo, Antú se volvió desamorado y caprichoso. Al reprocharle Cuyén su injusto proceder éste reaccionó indignado y le propinó un golpe en la cara. Este altercado provocó su separación.
Desde ese momento él seguirá como único astro del día y dueño absoluto del universo, mientras Cuyén recorrerá sola su senda, mostrando en el rostro las huellas de sus cicatrices. Así se la veía rondando por las noches, deteniéndose en la nieve filtrándose entre las frondas, besando tiernamente las mutisias y demás flores dormidas, o recostándose sobre las superficies de los lagos. Un día ansiando una reconciliación, decide apurar su viaje y alcanzar a su inolvidable Antú antes de que él se ocultara para entregarse al reposo.
Cuando estaba por postrarse a sus pies, entre los arreboles del poniente, contempla a Antú besando apasionadamente al lucero de la tarde de quién se había enamorado.
El dolor le provocó un llanto tan copioso, que una noche sus lágrimas cayeron en tierra del Neuquén y con ellas se formó el lago Aluminé. Lago y río tienen desde entonces la pureza de dulzura de la diosa.
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